Mientras que aquí hemos llenado de asambleas y debates permanentes las plazas de las ciudades más importantes; nos hemos tomado el divertimento de ir a la casa de algún alcalde a mostrarle la indignación, de sentarnos ante el Congreso, de violentar a los diputados catalanes, incluso le hemos querido robar el perro lazarillo a un diputado ciego… ¿cabe recordar las comparaciones que hacían algunos con la primavera árabe?
En Islandia han hecho dimitir al Gobierno en pleno, se ha puesto en marcha la nacionalización de los principales bancos del país, se decidió en referendum no pagar con los impuestos ciudadanos la deuda que esos mismos bancos habían contraído con Holanda y Gran Bretaña (poniendo por primera vez entre las cuerdas a los altos directivos bancarios y haciéndoles responsables civiles y subsidiarios de su mala gestión) y por si fuera poco han sentado al banquillo al primer ministro, que lo vio pasar todo desde su despacho, y están redactando su nueva constitución dando voz a través de la red a la inteligencia colectiva ciudadana –crowdsourcing.
Dos actitudes y dos estilos diferentes. Mientras aquí somos más bien espectadores pasivos y nos gusta la fanfarria, allá han optado por creérselo y han empezado una revolución silenciosa de fondo y calado.
Aceptamos que no es lo mismo gobernar 320.000 personas que 47 millones. Pero hablamos de actitudes y mientras aquí el movimiento #15m, que cogió una enorme fuerza y simpatía en su arranque, se ha conformado con ser recordado sólamente por 4 imágenes agresivas entre debates in eternum de asambleas, comisiones y subcomisiones.
Veremos qué evolución toma este movimiento, pero hay una realidad que ya no se puede desmentir: quejarse de como están las cosas ya no es suficiente, ahora toca implicarse, dar un paso adelante. Nosotros decidimos: o anécdota o historia.