Perdido

Abr 30, 2010 | Uncategorized | 0 Comentarios

Como guardia de seguridad de una zona de ejercicios nucleares abandonada, poco cambia de un día para otro, sin embargo fue el pasado jueves cuando me encontré con la más grande de las sorpresas, no podía creer lo que veía a lo lejos, un niño de no más de 5 años. Estaba obscureciendo pero estaba seguro que era un niño. Parecía estar mojado, caminaba con cierta dificultad…

…sin dudar un instante corrí hacia él. Llegué justo al tiempo que se desvanecía y quedaba inconsciente entre mis brazos. Tenía pulso, estaba vivo. No parecía desnutrido o deshidratado, pero su rostro reflejaba un cansancio físico extremo. Lo llevé a mi garita, y lo abrigué todo lo que pude. Sin cobertura en el móvil, tenía que arreglármelas para cuidar al pequeño con los pocos medios que tenía a mi alcance en ese momento. Pasaron varias horas hasta que, por fin, el chavalillo despertó, completamente desorientado, preso de una mezcla de pánico y agradecimiento…

¿Estás bien? le pregunté. ¿Cómo te llamas?. No contestaba. Su mirada ausente intentaba decirme lo que sus labios no podían… Empezó a esbozar algo que no llegaba a comprender….

De pronto soltó una frase tan larga como incomprensible… Yo no hablo bien idiomas, pero el inglés algo lo entiendo y el acento del francés e italiano creo que los reconocería. De dónde era este niño? Qué hacía aquí? Cómo había llegado hasta aquí si no hay nada a 50 km a la redonda?
Entre pensamiento y pensamiento me di cuenta que la noche se nos echaba encima y la temperatura empezaba a ser gélida, cogí al niño y me lo llevé al refugio…

Podeis imaginar que un guardia de seguridad de «en medio de la nada» no tiene mucha experiencia en recibir visitas, y menos visitas infantiles. No se quién se extraño más al llegar al refugio, el niño o mis compañeros.

La expresión de Barry, el encargado de la depuradora del embalse de Quarry Heights, no hizo sino impacientarme.

No me gustaba aquél tipo y menos la mirada de desafío con el que había seguido nuestros pasos a través del covertizo del refugio. ¿Qué relación guardaban aquellos inesperados invitados?

Roland, mi compañero de faena durante más de 15 años, no pareció paralizarse al vernos llegar, más bien todo lo contrario. Rápidamente, se hizo cargo del chaval, lo envolvió en una manta de lana y lo sentó a la mesa delante de un plato de potaje caliente. El pequeño dudó un poco en coger la cuchara, pero pronto empezó a devorar, como si hiciera semanas que no probaba bocado.

Cuando terminó, Roland lo cogió de la mano para llevarlo hacia el baño. Cuando empezamos a desvestirle para meterlo en la bañera humeante, el chaval nos miró con cara de horror. Tenía el cuerpo lleno de moratones y grandes cicatrices a la altura de los riñones. ¿Qué demonios le habían hecho?

Atónitos, descubrimos una extraña marca en la nuca. Como un tatuaje. Dos círculos y dos cuadrados perfectamente dibujados sobre la piel del niño…

Era una situación completamente irreal, así que salí al exterior. Tenía que poner en orden mis ideas, y no creía que hubiera problemas en dejar al chiquillo dentro. Seguramente, tras el baño caería preso de un sueño más que necesario.

No encontraba sentido a nada. ¿Un crío sólo, en un lugar tan alejado de nada, y con todas esas magulladuras? Estaba completamente absorto, intentando encontrar una conexión a todo lo ocurrido desde entonces. Me puse a caminar y llegué, sin apenas darme cuenta, al lugar en que vi por primera vez al niño, cuando le cogí en brazos, estando él completamente extenuado.

Era noche cerrada, sin luna, y lo único que rompía la oscuridad era la luz débil de una linterna cuyas pilas están casi agotadas. Fue suficiente para verlo. En el suelo, justo en el lugar donde recogí al niño. Me acerqué y, agachado, lo cogí entre mis manos. Era un trozo de metal atado a una cuerda, como un colgante, algo más grande que una moneda de dos euros, con una inscripción muy gastada rodeando su perímetro interior. Intenté averiguar qué decía, pero la luz era demasiado escasa como para ver nada.

Al llegar al refugio, el chico, efectivamente, estaba completamente dormido en el sillón, frente al fuego. Ni una bomba hubiera podido despertarlo. Enseñé a mis compañeros el colgante…

Cuando mis compañeros vieron el colgante, uno de ellos quedo petrificado, apenas podía hablar, los demás esperábamos que dijera algo. Cuando por fin pudo articular las palabras, entendimos el porqué de su asombro. Nos contó que había visto ese símbolo anteriormente, que lo había visto en algún registro fotográfico de Chernobyl, en específico era el símbolo que identificaba a los trabajadores del reactor de los demás. Por lo que sabíamos, ningún trabajador del reactor había sobrevivido al accidente…
Poco después empezamos a escuchar que llegaban algunos automóviles, no podría ser bueno, nadie estaba autorizado a entrar en el área de noche. Roland salió para ver quién podría ser. Decían pertenecer a la agencia nacional de seguridad nuclear, todos sabíamos que no existía una agencia así.

Roland seguía afuera con los “invitados” mientras nosotros decidimos esconder al chico que seguía dormido en el sillón, hasta ahora no sé porque lo hice, solo sé que algo en mi interior me decía que protegiera a ese niño…

Salí con Roland. Los agentes pedían inspeccionar el refugio por «trabajo de rutina». Antes que Roland mencionara una palabra, un ruido escandaloso interrumpió. El ruido venía del armario donde habíamos escondido al niño…

Los agentes entraron en la estancia corriendo, haciendo que Roland y yo perdiéramos el equilibrio por los empujones. Sacaron unas porras de sus chaquetones, y empezaron a acercarse vacilantes al armario

Sabían que lo que querían estaba allí, y estaban dispuestos a cogerlo costara lo que costara. Tras unos pocos pasos, tenían el pomo del armario al alcance de la mano. Se hicieron señas para ver quién abría la puerta y quién entraba con todo a por su presa.

Abrieron el armario y, enfurecidos, se dieron la vuelta cogieron a Roland por el cuello de la camisa, preguntándole qué habíamos hecho con el chico. Yo seguía en el suelo, medio atontado por el golpe y confundido por lo extraño de la situación. No sé por qué giré la cabeza hacia el bosque, y ahí estaba el niño, con una sonrisa de oreja a oreja, saludando con la mano al tiempo que se daba la vuelta y desaparecía entre los árboles. No dijo ni una palabra, pero en ese instante supe con absoluta certeza que estaría bien, porque ese chico era mucho más de lo que parecía ser.

Más tarde descubrimos que el niño escapó por el hueco dejado por un tablón de madera mal fijado al suelo. Se arrastró a través del falso suelo sobre el que estaba construido el refugio y salió al exterior por un respiradero…

Del chico no hemos vuelto a saber nada de él, solo ha pasado una semana desde que lo vi desfalleciendo en medio del bosque y cada día surgen más preguntas sobre los acontecimientos tan extraños. De los supuestos agentes que llegaron aquella noche en busca del niño tampoco sabemos que ha sido de ellos, llegaron y se fueron como la bruma.

Hoy he descubierto una escotilla en lo eran la sala de controles de la central, he revisado en los planos y no aparece ninguna escotilla en ese lugar. Nos disponemos a bajar Roland y yo, hay algo en el ambiente que no me aterroriza pero que me atrae. Sé que ese niño quería que lo encontrara, que todo es parte de un plan que no conozco pero que estoy resuelto a descubrirlo.

Tengo miedo… dejo de escribir estas notas para bajar a inspeccionar el lugar.

Por Rodrigo Solá Villalobos; Nico Sangrador Andreu; Silvia Clavel; Felipe F Zuazu; Álvaro Gutierrez de Cabiedes; Lorena Gaytan de Ayala; Alfonso Zaldivar y Kenia Meneses. Relato 2.0 DOG

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