Las instituciones de la Unión Europea siempre han tenido serios problemas para conectar con los ciudadanos. Incluso ahora que con el Tratado de Lisboa las políticas adoptadas en Bruselas y en Estrasburgo nos afectan tanto como las adoptadas en Moncloa o en la Carrera de San Jerónimo, la percepción que tenemos de la Comisión o del Parlamento Europeo sigue siendo muy negativa. En general, las vemos como unas instituciones lejanas y sin interés en el que una serie de burócratas se dedican a debatir sobre asuntos tediosos y banales. Por supuesto, la realidad es muy distinta. Que nos sintamos lejos de la Unión Europea no significa que dejemos de ser ciudadanos europeos. Por lo tanto, aunque no seamos conscientes de ello, las medidas de la Unión nos afectan y mucho.
Esta falta de conexión con los problemas e intereses de los ciudadanos es un problema que empieza a preocupar a los eurodiputados y a los miembros de la Comisión. Las elecciones europeas registran, habitualmente, porcentajes de participación mucho más bajos de lo deseado. Esto denota una falta de adhesión muy grande a Europa, por mucho que después las encuestas digan que los españoles somos muy europeístas. La realidad es que sin el apoyo de los ciudadanos, la Unión deja de tener sentido como proyecto común de todos los europeos.
Las herramientas de la web 2.0 abren una nueva oportunidad para que los políticos europeos puedan llegar a los ciudadanos y hacerles ver que lo que se decide en Bruselas les afecta en su vida diaria. Así, tanto el Parlamento como la Comisión han apostado fuertemente por Facebook, Twitter, Flickr o Youtube. Por poner un ejemplo, la página “European Parliament” de Facebook tiene 151.473 fans con los que interactúa a través de distintas aplicaciones. En Twitter, el perfil @Europarl_EN cuenta con 5.561 seguidores y participa en 583 listas.
Además, las delegaciones del Parlamento y de la Comisión en los Estados miembro cuentan, cada una, con sus propios perfiles y páginas en redes sociales. Se sigue así una estrategia piramidal a través de la cual las redes se van retroalimentando para descender desde la cúspide, situada en Bruselas, hasta la base formada por los ciudadanos europeos que contactarían con la cúspide a través de la actividad de las delegaciones de sus países.
La pregunta que nos formularíamos ahora es si realmente todo esto es suficiente. ¿Pueden unos perfiles en Facebook y Twitter contrarrestar la mala imagen que las instituciones europeas tienen después de décadas de erróneas estrategias de comunicación? Será interesante averiguarlo.