Vivimos el pico del tsunami 2.0 y, con él, un sinfín de cuestiones espinosas que organismos e instituciones públicos y privados aún no saben muy bien cómo hacer frente. Desde estudiar modelos de negocio y retorno de la inversión hasta temas tan espinosos como la privacidad de los datos personales, pasando por cuestiones aparentemente más prosaicas como el dilema ‘¿facebook en la oficina?’.
Sin embargo, este debate no es nuevo en realidad. Se remonta a los orígenes mismos de la red de redes y sólo se ha ido alimentando con cada nuevo hito en la historia de este todopoderoso vehículo de comunicación. El correo electrónico, la mensajería instantánea, el boom de los blogs… para muchos, cada uno de estos avances sólo ha sido una piedra más en el zapato. Y, lo peor de todo: después de tantos años de debate, aún seguimos sin sacar algo en claro. La evidencia ‘científica’ apunta en direcciones contradictorias.
Los detractores del acceso libre a Internet y redes sociales desde el puesto de trabajo pueden argumentar que el 54% de las empresas estadounidenses lo prohíben por completo y que estudios como el de Nucleus Research achacan una pérdida de productividad generalizada de 1,5% exclusivamente achacada al acceso a facebook. Es más, entidades como la consultora tecnológica Morse, cifran en más de 1.500 millones de euros anuales el coste que las empresas británicas asumen por la media de 40 minutos semanales que sus empleados pasan en sitios sociales.
En el polo opuesto, los firmes defensores de la teoría de que es inútil intentar parar lo imparable y que la libertad es sinónimo de mayor productividad e, incluso, un mejor clima laboral y una mayor vinculación de los empleados. El 65% de los trabajadores que usan herramientas de redes sociales en el trabajo afirma que esto les hace más eficientes y creativos y algunos estudios, como el publicado en abril por el Dpto. de Management y Marketing de la Universidad de Melbourne, aseguran que esta medida incrementa la productividad de los empleados hasta en un 9%.
En definitiva, la controversia sigue al rojo vivo. Por el momento, parece que los fans de los filtros van ganando la partida: en los últimos meses, crece un 20% el número de empresas que bloquean el acceso de sus empleados a redes sociales. Sea por una preocupación más o menos real por la seguridad de la información o por una concepción anacrónica de las relaciones laborales, el caso es que el gran salto de las organizaciones 2.0 aún está por llegar.